La Escultura Antillana Antonio Prats-Ventós

Tertulia con el Escultor Prats-Ventós en el MAC

Hace cincuenta años, estoy dedicado plenamente a la Escultura. He vivido, como actor y espectador, el desarrollo de la misma en mi país, la República Dominicana. He conocido el proceso de lo que es hoy esta expresión del arte en el Caribe y he tratado de estar informado de lo que sucedió en el mundo en el último medio siglo.

Del 1939 al 1940, con la llegada de los refugiados de la guerra civil Española, las artes tuvieron su inicio formal en Santo Domingo con la creación de la Escuela Nacional de Bellas artes, dirigida por un escultor llamado Manolo Pascual. Conjuntamente con Manolo llegaron los escultores Luis Soto, ahijado de Picasso, Compostela y el fundidor de bronce Francisco Dorado. De esto hace cincuenta años. Vinieron también pintores, dibujantes, ceramistas, músicos, arquitectos, etc. Y ahí se inició, en la Escuela y fuera de ella, lo que son las Bellas Artes en la República Dominicana. Claro está que encontraron un terreno fértil para el desarrollo de las mismas. Había avidez de la juventud (entre los cuales estaba yo) por aprender. Se empezaron a hacer exposiciones, habían concursos de arte; se subvencionaban muestras; se otorgaban becas a los estudiantes y, lo que es más importante, las artes se integraron al quehacer de los dominicanos. Fue un esplendoroso inicio de algo que estaba latente en el pueblo pero que, anteriormente, no había podido concretizarse. La llegada de los artistas refugiados, judíos y españoles, fue el catalizador de lo que hoy podemos llamar arte en la República Dominicana.

Los escultores participaron, de manera prominente, en el mismo. Se hacían monumentos oficiales y los particulares querían tener esculturas en sus jardines y relieves en sus edificios. Al mismo tiempo, la pintura y los muralistas tenían muchas paredes que llenar. No era arte en el sentido estricto de la palabra pero la función decorativa ayudó a generar un oficio. La influencia de la academia fue total durante un determinado tiempo. No hicimos una auténtica expresión nuestra en el concepto de la escultura en sí. Con las pocas publicaciones que la tiranía permitía entrar al país, fuimos siendo influenciados por lo que se hacía fuera. La respuesta estética a nuestra experiencia humana (que es una definición aproximada de lo que es arte) se distorsionó con lo que nos venía solucionando desde otras culturas, ajenas a nuestra forma de sentir y de pensar.

Este no es un problema exclusivo de la República Dominicana. Hace un tiempo, hicimos un simposio Iberoamericano de Escultura en Santo Domingo y, salvo algunas honrosas excepciones, casi toda la obra tenía relación con lo que, hace años ya, se había hecho en Europa o en los estados Unidos.

Todo esto lo estoy diciendo de manera muy simplificada. Hay matices y soluciones largas de explicar.

Pero, en definitiva, el gran reto de la escultura en nuestro medio no es alejarnos del conocimiento de lo ajeno que enriquece, es crear, lograr expresar en formas, nuestras experiencias, nuestros sentimientos, nuestros conceptos y muchas cosas más que hacen que la obra sea arte.

No podemos seguir siendo eso. Tenemos que ser voz y que no se diga que nuestro medio físico es pequeño, que estamos limitados, que no se puede, etc, etc., lo que solo sirve para confirmar nuestra dependencia.

Yo sugiero que nos unamos más; que discutamos; que analicemos lo que estamos haciendo. Quizá sea un sueño imposible pero pienso que podríamos hacer una Escultura antillana, que representara y se basara en lo que auténticamente somos.

En mi país, al hablar de Escultura Contemporánea, forzosamente tenemos que hacerlo refiriéndonos a lo hecho en los últimos cincuenta años. Aparte del arte taíno, hasta la época actual lo inmediato sólo tiene valor de “fenómenos sin trascendencia artística”.

Hoy, da pena decirlo, nuestra Escultura está en crisis.

Hay una actitud no oficial, sí oficialista, de encargar al extranjero las esculturas para los edificios y los monumentos públicos.

Al ser la escultura un arte en el cual el aprendizaje es largo, los materiales costosos, cada vez es menor el grupo de jóvenes con aptitudes que se dedican a ella. Prefieren la pintura y, mal que bien, venden, claro está, siempre que dicha pintura rime con los muebles y con las cortinas de las residencias de los clientes.

La Escultura es un Arte de solidez y tenacidad. Nosotros no podemos solucionar una obra con tres manchas sobre una tela. Necesitamos oficios. Y digo “oficios” porque hay que ser carpintero, albañil, soldador, etc. Añado también que hasta equilibrista porque, a la hora de montar una obra en un lugar elevado si no lo monto yo, se queda sin montar.

No tenemos talleres que nos ayuden y tenemos que hacerlo todo nosotros mismos. Esto podría ser una virtud que nos obligara a aprender el oficio, pero limita nuestra capacidad de creación.

Henry Moore hacía un boceto en yeso y se lo entregaban en una enorme escultura en bronce.

Concretando: los problemas de la escultura en mi país son los siguientes:

  1. Ausencia casi total de encargos oficiales.

  2. Carencia de escuelas para aprendizaje de la Escultura (hay asignatura de Escultura para obtener el título de Profesor de arte).

  3. Imposibilidad de adquirir herramientas y equipos para el ejercicio de esta profesión.

  4. Poco interés de las galerías privadas en comparación con la pintura. Tenemos que trabajar conjuntamente para lograr la supervivencia de nuestra forma de expresión.

  Si no lo hacemos así pronto tendremos que pedir protección a las Naciones Unidas para que se nos declare “Especie en peligro de extinción”, como a las focas.

Es difícil ser optimista en cuanto al futuro de la Escultura se refiere, pero debemos serlo. Tenemos que intercambiar ideas, exposiciones; reunirnos para tratar problemas comunes…

Hace años, hice una exposición en Puerto rico. El lugar, el Museo del Instituto de Cultura Puertorriqueña, se inauguraba con esta exposición. Traje, desde Santo Domingo, un container lleno de tallas en madera y piedras, algunas de gran tamaño, y casi todas se quedaron aquí. Debo agradecer a don Ricardo Alegría, quien, en su calidad de Director del Instituto, auspició esta exposición con la cual quedó abierto el Museo que estaba (creo que aún está) en la Calle Cristo. Mis grandes amigos, el escultor José Buscaglia Guillermetti, Compostela, Joseph Valois, Botello, Matilla, Dorado y otros que en este momento escapan a mi memoria, estuvieron presentes.

Después, esta exposición fue llevada al Museo de la Universidad de Río Piedras. Hubo críticas muy buenas y ventas muy malas, claro está: eran otros tiempos; pero me sentí compensado con una maravillosa crítica que me hizo doña Margot Arce. Esta crítica todavía la uso en publicaciones que hablan de mi obra.

Recuerdo un edificio de la Universidad en donde trabajaba  Buscaglia, haciendo unos grupos escultóricos enormes que estaban destinados al Museo de Arte de Ponce; y a Bulossi, trabajando en un relieve abstracto en aluminio.

Había, en medio de tantas obras y materiales, una mesa con un mantel rojo donde hacíamos una peña artística, todos juntos. Fueron buenos tiempos aquellos. Recuerdo también a Jesús María García Rodríguez, quien escribió una crítica sobre esta exposición, publicada de manera prominente en el periódico “ABC”, de Madrid; recuerdo a Ketty Rodríguez y a su hermano Guillermo; a don Federico Onís y a muchos otros amigos refugiados españoles que se reunían en la “Bombonera”, en el Viejo San Juan, los miércoles por la noche.

Recuerdo al Dr. Rodríguez Olleros; al periodista Aurelio Pego; a mi amigo de siempre Francisco Carvajal, poseedor de muchas de mis obras, y a muchos más.

No quiero omitir al amigo escultor Rolando Dirube. Tardé mucho tiempo en volver a Puerto Rico.

En el ínterin, expuse en Las Palmas de Gran Canaria; en el Museo Español de Arte Contemporáneo, en Madrid; en el Museo de las Reales Atarazanas, de Barcelona y varias exposiciones en mi país. Hoy, como resultado de una conversación con María Somoza, estoy hablando con ustedes, con motivo de un Simposium de Escultura del cual no sé nada. En Santo Domingo, no estamos enterados de este evento, pero ya me informaré.

En la República Dominicana hicimos, en el año 1985, entre el 27 de noviembre y el 15 de diciembre, el “Primer Simposium de Escultura Iberoamericana”. Invitamos a uno o a dos escultores de cada país iberoamericano y escultores de España, Canada y Estados Unidos, pagándoles el viaje y la estadía en hoteles de primera y facilitándoles materiales para hacer cada uno una escultura que iba a enriquecer la colección de la Galería de Arte Moderno de Santo Domingo, un edificio fabuloso, situado en la Plaza de la Cultura.

De Puerto Rico fueron tres escultores: María Elena Perales, Melquíades Rosario y Pablo Rubio.

Al mismo tiempo, invitamos a críticos de arte de varios países: a la señora Tibol, de México; a Bélgica Rodríguez, de Venezuela; a Luis González, a Antonio Morales y a Luis Marín Medina, de España y a otros más, todos de gran prestigio. Fue algo que excedía nuestras posibilidades pero se hizo y quedó bien. Ahora nos falta por hacer el libro del Simposium. No lo hemos hecho por falta de dinero, situación clásica cuando se trata de arte.

Nuestro Simposium fue una “quijotada”, difícil de repetir, pero logramos que la escultura dominicana fuese, al menos, un poco más conocida en todo el Continente y en Europa.

Los escultores trabajaron frente al público, en el Paraboloide o en los jardines de la “Plaza de la Cultura”.  Fue un éxito de visitantes y, como consecuencia, se crearon grupos de escultores jóvenes que hoy tienen gran incidencia en el arte dominicano.

He viajado por casi todo el mundo y he conocido la obra de muchos artistas y, definitivamente, estoy convencido de que, lo nuestro es igual, o mejor, que lo que hacen ellos. No tenemos medios de difusión para dar a conocer lo que hacemos, pero nuestra obra caribeña se puede comparar con lo mejor que se hace en el resto del mundo,

Quizá no podamos –y seguro que no podemos- compararnos con los grandes países en cuanto a la industria y al comercio, pero sí podemos hacerlo en talento creativo, como individuos. Debemos estar seguros de esto y convencer con la obra a los que nos rodean.

Admiro a Henry Moore, pero me siento orgulloso de mis compañeros caribeños.

Para iniciar en lo inmediato con este intercambio necesario, me atrevo a sugerir que sería un estupendo primer paso una exposición al que fue maestro de nosotros, los dominicanos, con su obra, y de ustedes también, con sus obras y sus enseñanzas.

Me refiero a hacer una exposición conjunta de escultores puertorriqueños y dominicanos en honor a Compostela, gran artista y gran persona.

Ustedes tienen la palabra.

Gracias.


Museo de Arte Contemporáneo de San Juan de Puerto Rico. 7 de septiembre de 1992

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