Prats-Ventós. Colección Antillana
Por Ignacio Nova
Antonio Prats-Ventós (Barcelona, 1925) nos muestra en esta oportunidad el resultado de un proceso evolutivo personal cuyos primeros anuncios estuvieron dentro de ese conjunto escultórico al que se dedicó con tanta vehemencia: El Bosque, concluido por allá por 1976 y se conformaron con mayor claridad en La Selva (1978-81) cuando el escultor se internó más decididamente en la recuperación y expresión escultóricas de las formas del entorno isleño, planteándose establecer una relación más próxima entre su discurso y las formas características del entorno nacional, cultural, geográfica y, como es natural, étnicamente.
Dentro de ese conjunto de piezas angostas y altas de El Bosque Antonio Prats-Ventós se adelantó, por el amor insular que le ha caracterizado, a la filosofía hoy fundamento de las integraciones: el ecologismo. Entonces pensaba que de seguir las cosas aquel trillo, las futuras generaciones tendrían que visitar un museo para ver un bosque. Esa idea se repitió, filosóficamente formulada, en su dramática Procesión por un árbol muerto que le viéramos exponer en Casa de Bastidas, hace cuatro años, en 1990.
Si traigo a colación estos detalles es porque considero la obra de Antonio Prats-Ventós como una sola, con puntos de partidas, más o menos circunstanciados, respecto a los puntos de llegada del maestro.
Hoy estamos ante uno de sus más completos puntos de llegada.
Las figuras que componen la colección “Antillana” –como por razones sobradas ha querido llamarla- se caracterizan por recurrir a un diverso arsenal de formas en las que también se resume el sentido de la identidad dominicana como antillana.
Es natural que existan aspectos que traspasan la dimensión local para introducirse en una psicología humana general.
La sensualidad de los volúmenes, aguijoneados, o encontrados o relacionados con formas punzantes, hirientes, nos hablan de una confrontación e integración de rasgos opuestos, sensualmente expresados; esculturas con segmentos de sensualidad casi sublime y fragmentos casi destructivos y desgarradores.
Es como si habláramos de la eclosión de las características del ser local (social, vegetal) a través de las cuales el escultor filosofa en torno a la identidad y la fertilidad, la naturaleza propiciatoria del entorno regional.
Porque no se sorprenda nadie: junto a que el lenguaje articulado por estas piezas esté dentro de lo más actual de la escultura mundial; junto a que estas formas tienen sus ecos respecto a las preferencias internacionales del artista; a pesar de que el código abstraccionista –introducido por Prats-Ventós a la escultura de las Antillas- rezuma un gusto figurativo estructural de primera clase, este artista filosofa en torno a lo nuestro y, en eso nuestro: en torno a la vida: los frutos están junto a las espinas.
Un propósito crítico y laudatorio a la vez de la esencia local toma cuerpo aquí en una bien oculta red de motivos iniciales reducidos o expresados en formas, sólo en formas; en volúmenes, sólo en volúmenes.
Y esta es otra forma de tomar partido. La escultura como disciplina sujeta al volumen; formas desarrolladas a través del volumen en el espacio.
También, Antonio Prats-Ventós ha deseado introducirse al corazón mismo del madero –de la vida- a hurgar estas realidades internas, propias. No por casualidad, los troncos que soportan estas primeras piezas de la colección Antillana, están trabajados desde el centro del palo, incrustando (o ensamblando) madera esculpida en madera esculpida.
Todo ahuecamiento no es estéril, no es vacío para incorporar el espacio infinito, concebido como contrarreforma: el de estas piezas es un espacio gestionario que recibe otra escultura que se le adosa, que se le ensambla y que yo prefiero decir que se le incrusta para interrumpirlo, hiriéndolo o acariciándolo o rechazándolo. De modo que entre forma de la madera y contraforma del espacio nace una comunidad de sentidos y sentimientos exactamente idénticos y contrarios. El espacio se modela al recibir las formas.
Colección que retorna al sentido actualmente más válido no del barroquismo sino churrigueresco o del gaudismo. Esculpirlo todo. Pasión sin límites por el oficio, por el espacio preñado de formas, de luces, de sentimientos, de valores, de líneas, de espacios, de movimiento, de volúmenes, de sentido.
Esta que presenciamos hoy es la más alta expresión en su género a la que ha llegado la escultura abstraccionista del país y, con toda seguridad, de las Antillas.
Sala de Arte Rosa María. La Atarazana, Zona Colonial. Santo Domingo, R. D. 24 de noviembre de 1994.