La huella española en el arte moderno dominicano

Por María Ugarte

Cuando en el mes de noviembre de 1939 llegó al país el primer contingente de refugiados de la guerra civil española, en la República Dominicana, o más exactamente en su capital, que ostentaba el ominoso nombre de Ciudad Trujillo, las actividades culturales eran escasas e irrelevantes.

No significa esto que entre los dominicanos de la época no hubiera intelectuales y artistas de valía. Los nombres de Américo Lugo, Tulio Cestero, Manuel Peña Batlle, Max Henríquez Ureña, Virgilio Díaz Ordoñez y otros muchos, demuestran que no faltaban destacadas personalidades en el mundo de la cultura. Todos ellos, sin embargo, estaban muy mediatizados por la situación política y, muy ocupados en sus propias obligaciones profesionales.

También había cultivadores de las bellas artes que, como Yoryi Morel, Celeste Woss y Gil, Delia Weber y Enrique García Godoy, fueron, además de pintores, maestros de las nuevas generaciones. El más grande pintor dominicano, Jaime Colson, residía en Europa y sólo fue en 1950 cuando retornó definitivamente al país; Tito Cánepa vivía desde niño en Estados Unidos; Darío Suro recién se había iniciado en las artes plásticas, y Yoryi Morel desarrollaba en solitario su talento en su nativa ciudad de Santiago.

Había, pues, valores artísticos, pero les faltaba, por la influencia nefasta del régimen político, el impulso necesario para sacudir la inercia en que estaban inmersos.

El gobierno de Trujillo abrió sus puertas a quienes huían de las consecuencias de la lucha fraticida española con el deseo de conseguir brazos fuertes para trabajar la tierra, labriegos capaces de sufrir las inclemencias del clima tropical, pero, por una ironía de la suerte, pocos, poquísimos, eran los refugiados acostumbrados a las tareas agrícolas. Entre los aproximadamente 3, 500 españoles que llegaron a la República entre el mes de noviembre de 1939 y junio de 1940, la gran mayoría eran profesionales o técnicos en distintas ramas y especialidades. Algunos se vieron obligados a radicarse en colonias del interior, pero no tardarían mucho en desertar para establecerse en la capital de la República.

La plástica estuvo muy bien representada entre los que arribaron a la isla en calidad de exiliados. Por lo menos una docena eran artistas. Algunos, avezados en su oficio, otros, prácticamente principiantes. La República Dominicana se hallaba alejada de los movimientos literarios y artísticos de la época. Y la llegada de aquellos europeos iba a remover, a sacudir, la apatía en que se hallaba sumido el país, produciéndose en Santo Domingo una explosión cultural, en la que las ideas y los proyectos, concebidos muchos de ellos por los intelectuales dominicanos, se pusieron en marcha al disponer de elemento humano que, como los españoles recién llegados, querían, podían y necesitaban desarrollar su potencialidad en las áreas que conocían.

De este modo, el doctor Rafael Díaz Niese, director de Bellas Artes, un intelectual dominicano con buena preparación humanística, recién llegado de París, propuso crear la Orquesta Sinfónica Nacional y la Escuela de Bellas Artes, y el personal en mejor disponibilidad para integrar ambas instituciones y para colaborar con él en su organización se hallaba, precisamente entre los refugiados españoles.

Limitándonos al movimiento artístico, recordaremos aquí que en el mes de agosto de 1942, se inauguraba la Escuela Nacional de Bellas Artes, al frente de la cual fue designado, en calidad de director, el escultor Manolo Pascual. Este artista, nacido en Bilbao en 1902, no era un improvisado; tenía una brillante carrera y sólidos conocimientos del oficio adquiridos en Italia. Los méritos de su obra pueden resumirse en la siguiente opinión crítica de otro artista español, Eugenio Fernández Granell: “He aquí un escultor dotado de la facultad de aunar los resplandores de una rica imaginación con la suma de una pericia profesional irreprochable”. Hasta 1951 se desempeñó este gran artista como director de la Escuela Nacional de Bellas Artes, donde su maestría y sus dotes para la enseñanza dejaron huellas imborrables. Además, algunas de sus obras, no muchas lamentablemente, quedaron en el país como testimonio de sus formidables cualidades de creador. El mismo año en que cesó como director de la Escuela Nacional de Bellas Artes se trasladó a Estados Unidos.

Otro artista, que al igual que Pascual rondaba los 50 años, llega a Santo Domingo como refugiado político: Josep Gausachs. También este pintor, nacido en Cataluña, tenía recorrida una brillante carrera y su nombre figuraba, desde 1931, en la Enciclopedia Espasa; varios de sus cuadros colgaban en las salas del Museo de Arte de Barcelona, y cinco vitrales de la Catedral de Mallorca habían sido diseñados por él. En 1951, un reconocido crítico del periódico La Publicitad, lo comparaba con Miró y con Dalí. Llegó Gausachs a la República Dominicana el 11 de enero de 1940. Los  primeros tiempos fueron duros y para subsistir se convirtió en simple jornalero dedicado a pintar paredes, puertas y ventanas. Intelectuales dominicanos que supieron de la personalidad del pintor catalán lo rescataron para el arte, ayudándole a reiniciar su carrera. El trópico, sus paisajes, sus mujeres, sus ambientes pueblerinos fueron captados con excepcional pericia en sus cuadros.

Pintaba intensamente, y, a su labor artística sumó el trabajo docente que desempeñaba como profesor de la Escuela de Bellas Artes. La influencia que desde allí ejerció en la pintura dominicana fue inmensa: orientó, enseñó y estimuló a sus alumnos, supo descubrir talentos en ciernes y en aquella generación que recibió sus enseñanzas, las huellas de su arte quedaron marcadas para siempre: Gilberto Hernández Ortega, Noemí Mella, Paul Giudicelli, Nidia Serra, Clara Ledesma, Eligio Pichardo, Domingo Liz y Marianela Jiménez, entre otros, son ejemplos de lo que representa para los artistas jóvenes un excelente maestro. José Gausachs murió en Santo Domingo el 27 de julio de 1959. Sin apego al dinero, sólo vendía sus cuadros a quien sabía apreciarlos y se negaba a desprenderse de ellos si el que pretendía adquirirlos era, a su juicio, incapaz de comprenderlos. No es extraño, pues, que, al fallecer, lo que tenía en su cuenta bancaria apenas alcanzó para cubrir los gastos del entierro.

Junto a Manolo Pascual y José Gausachs podemos citar como artista ya formado que llegó a Santo Domingo al catalán Shum, nombre que adoptó Alfonso Vila como pintor y dibujante. Nacido en Lérida en 1897, fue un personaje de leyenda, quien a su vida de pintor y dibujante consagrado, unió aventuras de índole política y, ya en la República Dominicana, adonde llegó con su familia en 1940, se caracterizó por su infinita generosidad con los compatriotas exiliados, no obstante sus magras disponibilidades económicas. Shum participó en algunas exposiciones en la capital dominicana antes de abandonar el país para radicarse en México. Murió en Cuernavaca, México, en el 1967.

El caso de José Vela Zanetti es diferente al de los tres artistas a quienes acabamos de mencionar. Cuando llegó al país, su formación estaba incompleta. Nacido en Milagros, provincia de Burgos, en el año 1913, residió largo tiempo en León con su familia, aprendió arte en Madrid con el pintor José Ramón Zaragoza y fue orientado en su vocación por el gran educador don Manuel Bartolomé Cossío. Favorecido con una beca, estudió un tiempo en Italia. No obstante, al llegar a Santo Domingo le faltaba mucho para alcanzar un sólido dominio del oficio. Pero en el país, adonde arribó con los grupos de exilados en 1939, tuvo la oportunidad de desarrollar una actividad increíble, habiendo logrado resultados asombrosos, en calidad y cantidad, gracias a su capacidad de trabajo, a su entusiasmo desbordante y a su entrega total a la pintura.

Su obra de caballete fue abundante, pero su tarea de muralista la superó. Baste decir que se ha calculado que llegó a pintar en distintos lugares del país más de un kilómetro cuadrado de muros. Vela Zanetti se hizo un gran pintor aquí, en los pocos más de diez años que residió en la República en forma continuada. Pasó luego a México y Estados Unidos para retornar temporalmente a Santo Domingo con el propósito de hacer unos murales para la nueva basílica de la Virgen de la Altagracia en Higüey. No menos importantes que sus murales son sus pinturas de caballete realizadas en el país, las cuales se encuentran dispersas en colecciones particulares y en varias instituciones privadas y públicas. Del mismo modo que Pascual y Gausachs, Vela Zanetti fue maestro de las nuevas generaciones de artistas desde su posición en la Escuela de Bellas Artes, institución que llegó a dirigir a la partida de Manolo Pascual.

Antonio Prats-Ventós es el artista español exiliado que más ha incidido en la plástica dominicana. Su obra, básicamente como escultor, pero también y más recientemente, como pintor, ocupa un largo y nutrido capítulo de la Historia de las Artes Visuales de este país –que afortunadamente sigue abierto- y su influencia como maestro está presente en muchos de los valores de la plástica nacional. Cuando le fue otorgado en el año 1995 el Premio Nacional de Artes Plásticas se le reconocían justicieramente sus méritos como creador y como maestro.

Nacido en Barcelona, llegó al país en 1940 con apenas 14 años de edad. Miembro de una familia de artistas, -el esposo de su madre, con quien vino a la República Dominicana, era el famoso dibujante Shum, y su padre fue escultor- su vocación se inclinó decididamente hacia la plástica. La andadura profesional de este artista español imbuido de dominicanidad, es un continuo ascenso sin desvíos ni rupturas, siempre coherente, en donde las divisiones, las etapas, están marcadas por los temas; temas vinculados entre sí, porque cada uno de ellos es el resultado del anterior y, a la vez, el germen del que le sigue.

Caso curioso entre los artistas refugiados españoles es el de Eugenio Fernández Granell. De origen gallego (nació en La Coruña en 1912), cuando llegó a Santo Domingo, no era pintor, sino violinista y como tal entró a formar parte del personal de la Orquesta Sinfónica. En 1941 surgió en él el deseo de dedicarse a la pintura y sin maestro ni consejero alguno, al mismo tiempo que se ganaba la vida como periodista, incursionaba en el arte y su obra, muy fecunda por cierto, marcada por un acento onírico, surrealista, introdujo un nuevo estilo en el ambiente artístico dominicano. En sus dibujos y sus pinturas su genial humorismo se proyectaba sin cortapisas. Granell, al igual que la mayoría de los artistas españoles, no permaneció mucho tiempo en la República Dominicana. Emigró en busca de mejores oportunidades económicas.

Otro gallego, Ángel Botello Barros (1913) llegó a Santo Domingo luego de terminada la Guerra Civil española. Aquí presentó una exposición de retratos y paisajes tropicales que recordaban a Gauguin. Partió luego para Haití cuyo ambiente supo captar en sus cuadros y, finalmente, se trasladó a Puerto Rico.

José Alloza también abandonó pronto la isla, en cuya capital trabajó como dibujante especialmente. De él quedan las ilustraciones a una “Historia Gráfica de la República Dominicana”, cuyo texto fue escrito por José Ramón Estella, emigrante vasco que llegó a alcanzar fama como periodista. Esta obra fue reeditada hace poco con comentarios del escritor dominicano José Israel Cuello.

Rivero Gil, Juan Junyer, el escultor Compostela (Francisco Vázquez Díaz) y los caricaturistas Toni (Antonio Bernard), Blas y Ximpa (Víctor García) pasaron algunos años en Santo Domingo, sin que apenas se conserven testimonio de sus trabajos.

La presencia de los refugiados españoles en la República Dominicana fue determinante en el desarrollo de las artes plásticas nacionales. Trajeron consigo nuevas ideas, nuevos estilos, nuevas formas y, sobre todo nuevas inquietudes. Algunos dejaron huellas que incluso son perceptibles en la generación que les siguió, la cual, a su vez, ha servido de eslabón entre los creadores nativos contemporáneos y aquellos maestros llegados del Viejo Mundo hace casi seis décadas.

Hay que reconocer, y esta exposición organizada por el Centro Cultural Hispánico lo demuestra, que, al igual que ocurrió en todas las manifestaciones de la cultura, los artistas de este país asimilaron con especial destreza y con singular entusiasmo, todo aquel caudal de conocimientos y de experiencias que les fue brindado por quienes se habían acogido en momentos muy difíciles de sus vidas, a la infinita generosidad del pueblo dominicano.

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