Antonio Prats Ventós
Por María Ugarte
Para conocer a fondo la obra plástica de Antonio Prats-Ventós, es preciso ubicarlo en el medio en que se desenvuelve. Medio con el cual se identifica de tal manera que, posiblemente, nunca habría llegado a ser lo que es hoy como artista si le hubiera tocado vivir en otro ambiente.
Nacido en Barcelona, España, debe considerársele, sin embargo, un típico producto del trópico, un cabal intérprete de vibraciones y de estímulos que solo se dan bajo la influencia directa, inevitable y hasta abrumadora de un cielo intensamente azul y de una tierra donde los fenómenos de la naturaleza, violentos y despiadados, son parte integrante y hasta normal de su cotidiano discurrir.
Transplantado a la República Dominicana cuando todavía era un niño, su sensibilidad de artista, formada en el corazón de una familia en que la plástica era meta y razón de ser, vino a echar raíces, muy hondas por cierto, en un país que iba a ofrecerle generosamente lo que él necesitaba para que sus manos, guiadas por su imaginación, pudieran crear libremente y sin cortapisas maderas preciosas y variadas, y piedras de increíble belleza, además de paisajes que pueden pasar de las áridas regiones sedientas de agua a los valles ubérrimos y a las montañas desoladas.
La abundancia y variedad de la madera fueron condiciones determinantes en el oficio del escultor, y Antonio Prats-Ventós supo aprovechar la oportunidad de conseguir troncos sanos, hermosos, en los que a simple vista adivinaba volúmenes, espacios y oquedades. Las inquietudes del artista pudieron saciarse en los incomparables materiales que en sus manos adquirían el ritmo de una nueva vida, el sentido del reposo o la impresión de movimiento.
La trayectoria profesional de Prats-Ventós es una línea vertical en ascenso continuo; un recorrido audaz y sostenido en el que, sin apresuramientos, sin pretender quemar etapas, sin dejarse llevar de imitaciones ni influencias, ha seguido una búsqueda esforzada, que ha logrado desembocar en una equilibrada depuración de las formas; en un saber prescindir de todo aquello que no sea sustancia; en esa síntesis, en fin, que es meta y objetivo de todo un artista.
Pese a que se renueva constantemente, pese a que ha incursionado en medios diferentes de hacer escultura, pese a que está al día en lo que en artes plásticas ocurre en todo el mundo, su personalidad se ha mantenido intacta y sus distintos períodos de trabajo no han sido nunca una ruptura con su obra anterior, sino una consecuencia lógica de ese desarrollo ascendente que caracteriza su carrera.
Para Antonio Prats-Ventós el medio favorito es la madera, la materia que mejor se adapta a su temperamento y que, por tradición, lleva en el fondo de su alma. Ha trabajado con éxito las piedras, desde el rico mármol de Samaná hasta la humilde piedra de cualquier cantera. Y ha incursionado en los metales –hierro, acero, cobre y bronce-, en los que en cierto período de su vida pretendió ver una solución a las limitaciones que imponen la piedra y la madera. Pero aquello fue, más que nada, un modo de autodisciplinarse, de probarse a sí mismo, de medir su capacidad y sus recursos creadores. Experiencias concretizadas en obras.
Y como la madera es su medio preferido, ella ha sido la materia escogida para presentar su obra en el Museo Español de Arte Contemporáneo de Madrid. Y entre las variedades de la madera ha seleccionado la sabina y la caoba, ambas de extraordinaria calidad y belleza, aptas para la talla de sus formas, capaces de sugerir el trópico con toda su fuerza generadora y toda su enervante languidez. Maderas que han desempeñado en el trabajo del escultor el papel de colaboradores y cómplices.
La temática de las obras se ha desarrollado, también, dentro de las circunstancias ambientales del mundo que rodea al artista, dentro de la misma naturaleza de la geografía dominicana, en la que todavía hay bosques y existen selvas, más escasas cada vez, pero capaces aún de inspirar y servir de motivación y de estímulo a un escultor de la sensibilidad de Prats-Ventós.
El Bosque y La Selva son, pues, los temas de las dos series que hoy expone este escultor catalán transplantado a América en el Museo Español de Arte Contemporáneo de Madrid. Series que se completan y se oponen. Series que reflejan la fuerza y el vigor del trópico al mismo tiempo que su voluptuosa sensualidad.
Las 40 piezas de El Bosque están talladas en sabina y, aunque en todas ellas ha seguido una idéntica modulación que obedece a la línea genérica del bosque, cada unidad presenta, a su vez, características distintas sugeridas al escultor por la materia misma. Mientras la mayoría de ellas son de una rotunda verticalidad, irguiéndose airosamente en líneas rectas, unas pocas, plegándose a la conformación del tronco en que están talladas, se alzan con ondulaciones y sinuosidades que alteran el ritmo del ascenso. Algunas piezas son lisas y macizas; otras tienen profundas hendiduras que las traspasan de parte a parte, creando espacios alargados; y no faltan las que muestran, tímidamente, protuberancias y abultamientos. El Bosque marcó un hito en la trayectoria del artista. Lo talló con pasión, con búsqueda constante del mensaje que le transmitía la materia, cuyos colores pasan, en vetas, del granate al rosado y del rosado al blanco. Pero si El Bosque y la sabina reflejan la naturaleza dominicana, también la encarna la selva ancha, tupida, inhóspita y exuberante. Y luego de un paréntesis de varios años, en que se complació haciendo Meninas, Damas y esculturas de una exacerbada sensualidad, decidió tallar las 20 piezas que integran la serie de La Selva, con un concepto menos unitario que El Bosque, más cargado de disonancias, donde a las formas verticales se habrían de oponer las redondeces; donde la superficie casi siempre lisa de las piezas de El Bosque sería suplantada por la violenta presencia de las puyas y de los bruscos y hasta procaces salientes de la materia. El Bosque es complaciente; La Selva es agresiva. Y si la sabina fue el medio ideal para tallar El Bosque, la caoba se prestaba mejor para esculpir La Selva. Y Antonio Prats-Ventós utilizó, para llevar a cabo su trabajo, desde la caoba tierna rosada hasta la roja oscura de las vigas varias veces centenarias de los techos de las casas coloniales; y fueron las formas orgánicas de la caoba –la veta, el nudo, la protuberancia o la oquedad– las que sugirieron al artista los cambios a seguir.
Diálogo constante entre materia y creador, ductilidad o tiranía de la madera, que se impone o cede; identificación total, por último, capaz de producir obras palpitantes de vida, impregnadas de paisaje, de cantos de aves y murmullos del viento, que emanan aromas primitivos que parecen venir del origen del mundo.
Exposición presentada por el Instituto de Cooperación Iberoamericana, el Excelentísimo Ayuntamiento de Barcelona y el Instituto Catalán de Cooperación Iberoamericana. Reales Atarazanas, Barcelona. Abril-Mayo 1981. Impresión TEYPE, S.A. Madrid, España. Fotos: Onorio Montás.